lunes, 7 de noviembre de 2016

Mirar la tierra, contemplar



Mirar la tierra, contemplar

su misterio de la misma manera

que se observan los secretos del fuego.


Sentir las brasas

de los huesos sin nombre,

la llama incandescente del cráneo

crepitando en su alzado de inocencia.


Notar de pronto

el frío y el espanto anónimo

en el hogar candente del cadáver.


Palpar el cuarzo de los tuétanos

ya desaparecidos,

calibrar el silencio igual

que se tienta en el aire el hervor

cuajado de leña.


A las ascuas de las heridas

aún no acude

la materia roñosa

de la memoria silenciada,

ni su ceniza sorprendida sopla

la calderilla de tanto mutismo cómplice.


A la luz de la greda y a las piedras

abrasadas por la vergüenza

                                                           no se acerca,

el ácido trémulo de la osamenta,

ni a su espiga reseca el estremecimiento

apagado por piedad, es posible,

tras el tiro de gracia.


Mirar la tierra,

la tumba aterruñada de agonía;

observar en su espacio

la muerte destapada tras el miedo.


Buscar en los despojos

de la historia los pétalos de la luz,

la semilla del silencio sublevado.


Las flores nuevas,

arcilla de la vida, saben

del alivio del frío y del cobijo

del hielo fértil nacido en la piel

de los asesinados.


La tierra guarda, para siempre,

el calor y los sueños

que le fueron ungidos por la vida.


Mirar su abismo con desprendimiento,

y guarecer sin tiempo

su lluvia cuando escampe.




Luis Ramos de la Torre. Entre cunetas. Baile del Sol, 2015.

Imagen: Castelao. La última lección del maestro, 1937.

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