A la muerte del dictador, una gran parte de la sociedad
española, que había vivido atemorizada y sojuzgada durante cuarenta años,
descorchó las botellas de champán y lanzó el chupinazo para prepararse a vivir
la gran fiesta de la democracia, de la libertad y de la modernidad. El
movimiento libertario también participó en un principio de esta esperanza
general, aunque siempre mirando de reojo hacia ese porvenir que los herederos
del régimen y los nuevos partidos que pronto serían legalizados les empezaban a
organizar. Y no sin razón, pues enseguida el nuevo y alabado “consenso”
político y social de la Transición decretó que la gente libertaria, quizá la
más esperanzada, más dinámica y más combativa, se había colado en aquella
fiesta privada y pronto comenzó a arrinconarlos, criminalizarlos y perseguirlos.
Otra fiesta igual se organizó en el mundo de la poesía.
Ya en 1970 había aparecido la antología de los “novísimos”, un grupo de poetas
que rompía con la poesía social de los 20 años anteriores y se engalanaba de un
arte exótico, erudito, metapoético y
“despolitizado” (con la excepción de Manuel Vázquez Montalbán, que sabía que la
literatura nunca es neutral). Rápidamente se despreció y olvidó no solo la
poesía como “un arma cargada de futuro”, sino también la fructífera y ética discusión
sobre poesía como conocimiento o como comunicación, y la mayor parte de los
poetas se fueron blandamente a soñar a
Venecia o se adentraron por los tugurios humosos del falso malditismo o se
perdieron en los intrincados laberintos emocionales de las personas normales o
se alzaron a ocupar los sillones de las secretarías generales de los gobiernos
de turno. Cualquier cosa antes que la ética o la revolución.
Tan era así que el poeta Enrique Falcón, haciendo suyas
las palabras del crítico Manuel Rico, afirma en el prólogo del libro Once poetas críticos en la poesía española
reciente, publicado en 2007: “…la poesía española de las tres últimas
décadas había carecido de una dimensión comprometida con la modificación de un
mundo radicalmente injusto, hasta tal punto que –si dentro de un siglo– un
lector intentara buscar en la poesía española el lugar de la tragedia humana,
los desmanes de la historia, los falseamientos de la realidad que establecen
los poderes dominantes, el horror y la esperanza frente a un cambio de siglo
lleno de amenazas colectivas, no lo tendría nada fácil”.
Sin embargo, por detrás del decorado festivo y por debajo
del púlpito mediático de los nuevos ricos de la poesía española, seguían
sonando algunas voces inconformistas y libertarias que no se rendían y que nos
avisaban de que todo ese circo de la Transición era la añagaza que nos estaban armando el
Capital y el Estado para que todo siguiera igual y estafarnos una vez más la
libertad y la vida: Agustín García Calvo con su “libre te quiero, ni de Dios ni
de nadie, ni tuya siquiera”, Chicho Sánchez Ferlosio con su “malditas
elecciones, decimos, si la voz rebelde se domesticó” o Lizanote de la Mancha
con sus mamíferos y sus curvas, entre otros y otras poetas que no tenían cabida
en el guateque de la democracia dirigida y del bienestar espectacular.
No es hasta principios del siglo XXI cuando este panorama
comienza a cambiar. La semilla de la disidencia que habían ido sembrando aquí y
allá esas voces silenciadas por la música de la larga verbena durante casi
treinta años había ido germinando lentamente y dio sus frutos. A esto ayudó
bastante el hecho de que parte del decorado de la Transición se vino abajo y
dejó ver su verdadera estructura: unos pilares y unos muros hechos de los
mismos materiales que habían sostenido la dictadura. Todo había cambiado para
que todo siguiera igual. La alternancia de los partidos políticos en el poder,
la corrupción política y empresarial, la cultura del pelotazo, la desigualdad
social y la mordaza y la represión contra quienes quisieran mostrar su
disconformidad eran las señas de identidad del nuevo régimen.
En 1999 se produjo la primera convocatoria de Voces del Extremo,
el encuentro poético coordinado en Moguer por el poeta libertario Antonio
Orihuela que se ha venido celebrando anualmente hasta nuestros días. En 1996 ya
había aparecido un libro fundamental, Poesía
y Poder, del colectivo valenciano Alicia Bajo Cero, del que formaban parte
dos poetas de la fractura como Enrique Falcón y Antonio Méndez Rubio. En el
libro se denunciaba la no neutralidad de la poesía y de la cultura, señalando
que toda práctica poética está de una forma o de otra comprometida: o bien se está
con el poder y la ideología dominante o bien se los combate.
A partir de entonces han ido apareciendo a lo largo y
ancho de toda la península cada vez más voces que en solitario o agrupadas en
colectivos, han ocupado el espacio público con una poesía militante de vocación
transformadora. Una poesía fundamentalmente anticapitalista, en confrontación
directa con el neoliberalismo deshumanizador imperante, en contra del falso
consenso que había dominado la Transición. Una poesía que, utilizando formas y
lenguajes muy diferentes, pone el foco de atención en la explotación, en la
desmemoria histórica, en el individualismo y el consumismo del régimen del
bienestar, en el colonialismo ideológico y la lucha de clases.
Si bien es verdad que este tipo de poesía, denominada “de
la conciencia crítica” o “poesía del conflicto”, está aún lejos de ser
mayoritaria en el panorama actual de la literatura, no es menos cierto que en
los últimos años ha ido ganando un espacio público del que va a ser muy difícil
desalojarla. Los poetas y las poetas que la practican, gran parte de ellos en
organizaciones sociales de base, puesto que piensan que solo con las palabras
no es suficiente, saben muy bien que se trata de un campo de batalla entre dos
legitimidades enfrentadas, en el que los dos contendientes tratan de imponer su
propio imaginario simbólico: o se justifica el modelo social dominante con su explotación,
su injusticia, su dolor y su propaganda o se lucha contra él por todos los
medios desde la radicalidad con voluntad crítica, horizontal y transformadora.
Conrado Santamaría. En L@s otr@s protagonistas de la Transición. CGT Burgos, 2016.
Las cosas claras y la poesía en su misión de claridad. Estupendo Contado. Salud y risas!
ResponderEliminarSalud y poesía, Luis. Nos vemos en las metáforas esclarecedoras. Un abrazo y seguimos.
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