Las ventanas del piso eran
tapiadas con mantas grises.
Nos comunicábamos mediante gestos y susurros en horas de
jubiloso sol.
Puertas cerradas y timbre desconectado.
El recuerdo del olor de la manta gris colgada en la
ventana de la habitación de mi padre. Su tacto igual de áspero que el vivir
diario ante el toque de queda impuesto por el horario de la fábrica.
El olor a fábrica que desprendía la ropa de mi padre se
entrecruzaba con el de la comida que cocinaba mi madre con destino a la
fiambrera.
Televisión a bajo volumen al igual que las
reivindicaciones de la clase trabajadora.
Soy hijo del susurro, hijo del silencio forzado por el
respeto al sudor de mi padre, hijo del gesto como mecanismo de comunicación.
Cada dos semanas se daba cita en nuestra casa un
teatrillo dirigido por el capitalismo.
Para mí el dolor de la explotación es el gris, su tacto
es áspero y su olor a fábrica.
Niño de Elche. No comparto los postres. Bandaaparte, 2016.
Imagen: Paula Rego. El hada madrina susurra a Pinocho, 1996.
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