Es cierto, la nostalgia.
La nostalgia
que brinca con la gracia
de sus cortas patitas
de gorrión entre las hojas sin pulso
y con polvo en los parques
de septiembres sellados, la atusada
nostalgia caediza,
que hace su nido en gris, sobre los versos
que un día verdecieron tras las tapias
bien altas de una infancia
sin brecha ya ni ortigas,
la nostalgia mullida
de plumón y verbena siempre ciega,
en su jaula dorada,
al dolor que no sea
riguroso pasado.
¿Y
el presente?
El presente que nos toca de cerca,
en carne viva,
el presente, no menos inclemente, no menos
descifrable,
y siempre más abierto y más vidrioso
con sus hierros y miedos,
con sus crepitaciones.
Este presente en cueros,
¿qué se hizo?
¿Dónde está su nostalgia de cantares?
Conrado Santamaría. La
noche ardida. Ruleta Rusa Ediciones, 2017.
Imagen: Gottfried
Helnwein
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