sábado, 13 de enero de 2018

HAY QUE COMPADECERLOS



No saben.

¡Perdonadlos!

No saben lo que han hecho,

lo que hacen,

por qué matan,

por qué hieren las piedras,

masacran los paisajes…

No saben.

No lo saben…

No saben por qué mueren.


Se nutren,

se han nutrido

de hediondas imposturas,

de cancerosos miasmas,

de vocablos sin pulpa,

sin carozo,

sin jugo,

de negras reses de humo,

de canciones en pasta,

de pasionales sombras con voces de ventrílocuo.


Viven

entre lo fétido,

una inquietud de orzuelo,

de vejiga pletórica,

de urticaria florida que cultiva el ayuno,

el sudor estancado,

la iniquidad encinta.


No creen.

No creen en nada

más que en el moco hervido,

en el ideal,

chirriante,

de las aplanadoras,

en las agrias arcadas

que atormentan el éter,

en todas las mentiras

que engendran las matrices de plomo derretido

el papel embobado

y en bobina.


Son blandos,

son de sebo,

de corrompido sebo triturado

por engranajes sádicos,

por ruidos asesinos,

por cuanto escupitajo se esconde en el anónimo,

para hundirles sus uñas de raíces cuadradas

y dotarlos de un alma de trapo de cocina.


Sólo piensas en cifras, en fórmulas, en pesos,

en sacarle provecho hasta a sus excrementos.

Escupen las veredas,

escupen los tranvías,

para eludir las horas

y demostrar que existen.


No pueden rebelarse.

Los empuja la inercia,

el terror,

el engaño,

las plumas sobornadas,

los consorcios sin sexo que ha parido la usura

y que nunca se sacian de fabricar cadáveres.


Se niegan al coloquio del agua con las piedras.

Ignoran el misterio del gusano,

del aire.

Ven las nubes,

la arena,

y no caen de rodillas.

No quedan deslumbrados por vivir entre venas.

Sólo buscan la dicha en las suelas de goma.

Si se acercan a un árbol no es más que para mearlo.

Son capaces de todo con tal de no escucharse,

con tal de no estar solos.


¿Cómo,

cómo sabrían

lo que han hecho,

lo que hacen?


¿Algo tiene de extraño

que deserten del asco,

de la hiel,

del cansancio?


Sólo puede esperarse

que defiendan el plomo,

que mueran por el guano,

que cumplan la proeza

de arrasar lo que encuentren y exterminarlo todo,

para que el hambre extienda sus tapices de esparto

y desate su bolsa ahíta de calambres.


Son ferozmente crueles.

Son ferozmente estúpidos…

pero son inocentes.


¡Hay que compadecerlos!





Oliverio Girondo. Persuasión de los días, 1942.

3 comentarios:

  1. Escrito en 1942, y sin embargo plena y dolorosamente vigente.

    Salud!

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    1. Dolorosamente vigente, en efecto, pero el penúltimo verso no lo tengo yo tan claro, y, por lo tanto, tampoco tengo claro el título del poema. Ni tanta inocencia ni tanta compasión. Salud!

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