Apenas calderilla, cuatro perras,
la sangre desaguada
en las huchas del tiempo con ranuras
de esparto bien trenzado
por ociosos prohombres en tardes de convite,
de palabras difusas y ordenadas
con su sal y pimienta
bajo los altos techos donde huelga
el rosario insaciable de dioses usureros,
entre grietas y espectros de alondras que volaron.
Apenas si chatarra
que gotea y salpica
de rojo los bolsillos,
tan zurcidos de puntadas de viento, tan rasgados
de los muerdos del hambre,
que las manos trasudan coloradas
y resuenan a cobre cuanto tocan:
la espalda de un amigo, los pechos de una amante,
las palabras de un hijo, el musgo de una tumba.
Es de níquel la sangre con latón
de quebranto,
nuestra sangre tan simple,
que coagula, no obstante, los caminos y términos
con cuajarones netos
y fija lo ganado a pesar del abuso,
a pesar de los cuños que troquelan el aire,
el agua en que te bañas,
este vino rojo con
que ahora me convidas.
Conrado Santamaría. La
noche ardida. Ruleta Rusa Ediciones, 2017.
Imagen: Marcial Gómez Parejo. El hombre del crustáceo, 1980.
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