Alguien recorre la frontera
entre Tijuana y San Diego.
Está en un lugar que es un
error de algo.
Atraviesa el desierto.
Ve un montón de residuos
digitales.
Se ve a sí mismo con una
mancha luminosa cubriéndole el rostro.
Como el efecto de una bomba
que acaba de explotar.
Las
corrientes eléctricas zumban en la verja, las patrullas actúan desde avanzados
complejos tecnológicos, los satélites vigilan.
Hay
haces de luz rastreándolo todo, hay ondas sensibles al reconocimiento de
volúmenes y de temperaturas.
Hay una búsqueda de lo real.
La lengua de una adolescente
irrumpe, por sorpresa, lamiendo la pantalla.
Su rastro de saliva está
lleno de lujuria.
Su boca es fresca y roja.
¿Quién acecha desde el otro
lado?, dice.
Tiene
unos pezones inmaduros, un vientre rotulado por las palabras urgentes que acaba
de escribir
(16
años caliente demasiado X me desplazo cobro),
las uñas pintadas
descendiendo hasta allá abajo.
Detrás de ella la alambrada
es una paranoia.
El capitalismo es un acto
policial en los márgenes de la metrópoli.
La realidad es el enemigo
público nº 1.
Es mejor no salir de casa,
pensar sin ser reconocido:
los pensamientos aquí
también delinquen.
No preguntes dónde fue a
parar el que eras.
Si esto es un error.
No
preguntes por qué ya no eres nadie, solo unos fragmentos pixelados, unas pocas
imágenes inservibles, letras que nada significan, signos vacíos.
Diego Doncel. Porno Ficción, 2011. En Territorios bajo vigilancia (Poesía reunida).
Visor, 2015.
Imagen: Roger Ballen