sábado, 13 de abril de 2019

GLOSAS EN HOMENAJE A CLAUDIO RODRÍGUEZ


I


Tú mismo lo dijiste:

«Aquí sí es peligroso».

 Te referías

a la luz de las llanuras altas,

a su aire tan claro y transparente,

al paso de las aves

por los senderos del espacio,

a la brillante flota de las constelaciones,

al rumor del Duero,

que tampoco da tregua.


Pero no se trataba sólo de eso:

en el fondo,

te estabas refiriendo a la pureza,

a la honda verdad que se desprende

de lo que vive en plenitud y es libre,

y deja

en quien contempla tanta maravilla

un poso de nostalgia

y el temor a no ser

digno de recibir dones tan altos.

¿Basta el deseo para merecerlos?

¿Qué otras credenciales avalaban

tu avidez?


Ignorabas, temías.

La luz aquella que te deslumbraba

ilumina la meta, no el camino.


Para quien anda a tientas,

y no sabe,

la noche abierta es un peligro hermoso.


II


Tal vez pretendías ser

en lo que te asombraba,

no quedar fuera sino estar en ello:

participar

en la clara labor

de la alta nube pasajera,

compartir el vuelo

de las golondrinas, capaces

de irse y de volver sin perder nada,

alentar en el viento

de primavera

y orear

la sequedad del tiempo injusto nuestro,

diluirte en la luz de la meseta

para que la llanura te respire.


III


Sin embargo,

para que se cumpliese tu destino

debías quedarte fuera,

desposeído, nunca dueño

de lo que deseabas.

Lo comprendiste pronto:

porque no poseemos,

vemos.

Y la indigencia decidió tu suerte:

ser el espía, el delator del mundo

en sus formas más libres y más puras.

Delación sin traición,

denuncia clara de ningún delito,

sino revelación de lo que puede

con su ejemplo de total entrega

dignificar la vida humana.

En la inmensa justicia de la luz,

en el súbito

renuevo de los olmos, en

la solidaridad

del pino en el pinar de amanecida:

ahí estaba el peligro.


IV


Y sin embargo

no abandonaste nunca el campo

a lo que te agredía y rehusaba;

jamás cediste

al insistente acoso

de las estrellas cada vez más próximas,

ni hurtaste el cuerpo a sus lanzadas.

Para vencer el miedo

te aliaste con el miedo,

lo hiciste tuyo,

te amparaste en su turbia compañía.

Librarte de él hubiera equivalido

a renunciar a la esperanza,

y eso jamás lo hiciste.

Aunque bien sabías

que es la esperanza la que engendra el miedo.


V


Levantaste la voz para decirlo,

alzaste tu palabra hasta dejarla

en vilo, incólume,

salvadora y salvada

en el espacio prodigioso

donde pueden pisarse las estrellas.


Y lo hiciste en un vuelo

alto y valiente

que nosotros miramos deslumbrados,

pendientes de sus giros

con la misma emoción y el mismo asombro

con que tú contemplabas

la infinita materia de tu canto.





Ángel González. En Rumoroso cauce. Nuevas lecturas sobre Claudio Rodríguez. Edición de Philip W. Silver. Páginas de espuma, 2010.

Imagen: Vincent Van Gogh. Noche estrellada sobre el Ródano,1888.

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