El viento trae sobre todas las cosas,
lejanas, leves, polvorientas, dispersas,
desde el cielo cubierto y bajo,
vertiginosamente bajo, una amenaza.
Y uno la asume exultante y estúpido
o como ya dispuesto a bien morir,
a subir a un patíbulo,
a ofrecer al verdugo vecinal
el cuello gorjeante.
El viento viene doblegando al cielo,
sobajando la luz,
organizando un gran concierto en medio del otoño
de puertas herrumbrosas y trémulos maullidos.
Y bajamos despacio la escalera
hacia el sótano de la tristeza y el castigo,
decididos a todo,
mientras los seres bien amados,
al fin tan diminutos,
se encogen y echan púas
con la súbita necedad gris del erizo.
Desfilamos así. Y adiós, adiós.
El viento hace sonar gruesas fanfarrias
con predominio de una larga tuba
y triunfantes, mas de qué, marchamos
entre oscuros pañuelos y latas golpeadas.
El viento loco del otoño brama
como hembra marchita.
Adiós, adiós.
Ya
nunca dejaremos
que entre negros crespones el sueño nos confunda.
José Ángel Valente. El
inocente. Joaquín Mortiz, 1970.
Imagen: Juan Rulfo. Encuentro
musical, c. 1955.
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