La pesada masa solar de ayer y hoy
amenaza con no mover sus huestes de este lugar
hasta habernos hecho amigos. No será mucho.
Es fácil acostumbrarse a lo irremediable, y
es costumbre la amistad, ¿no?
Mientras, fascistas que son además incompetentes
y, lo que es peor, antipáticos, ésos
a los que ni Dios se acostumbra, siguen cubriendo
con sus culos pensantes cátedras de terciopelo marrón.
Nuestras ciudades demócratas, minadas
por túneles tatuados que velan el sueño
de los inmigrantes hasta el día siguiente
(si el tiempo y la Policía Nacional no lo impiden),
empujan a esas torres de cristal contentas
de haber logrado ellas solas los veinticinco años de paz
que se avecinan. Sus gritos de paz informe
llegan a todas partes; para eso están bien pagados
los honestos profesionales de los medios de comunicación
del mundo libre, que ya es todo el mundo, ¿no?
Tenemos nuevo enemigo y eso asegura el orden rugoso
por un tiempo indefinido. El rojo ha muerto,
viva el narcotraficante. ¡Cómo me duele hoy Colombia!
Ya digo, el sol no se mueve, pero es que nada se mueve.
Todo está bajo control. Sólo viajan
quienes vienen a dormir a nuestros túneles
desde ese mundo tercero, que ahora
sólo es el segundo, ¿no?
Ape Rotoma. 149 PCE.
Canalla Ediciones, 2015.
Imagen: Elliott Erwitt. Roma, 1978.
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