No hay que pasar mucho tiempo
en esta fábrica, donde todos te dan órdenes,
para concluir que se trata
de la mayor concentración de analfabetos
imaginable en el mismo sitio.
Pero es que ayer, mientras barría
mi escalera favorita, veo
cómo se acerca una bata blanca,
o sea, uno de los que dan órdenes,
como todos, claro que éstos
sólo dan órdenes.
Al rato, lo identifico.
Pasa por el segundo de a bordo,
es decir, el que está justo por debajo
del otro Gran Jefe Blanco al que sólo
se ve en la tele o cuando vienen ministros,
que acojonona por lo tanto
a todo bicho viviente
y cuya nómina no puedo
ni imaginar sin dolor.
Me adelanto: “Buenos días”,
“Buenos días –dice él–.
Por favor, haceros
el favor de limpiar
de una vez aquella puerta”.
Tardé un rato en contestar,
como alelado,
y es que me estaba
preguntando (en serio)
de qué jodidos aceros
hablaba el pavo,
y también, sólo después
de corregir mentalmente
el imperativo en erre, qué
favor
pretendía que nos hiciéramos
(¿quiénes?) a nosotros
mismos.
Me miró con esa cara
que pone uno al pensar
“este tío está drogado”,
así que, bueno, no será un
maestro
en el uso de la lengua
castellana
pero desde luego
tonto del todo tampoco.
Ape Rotoma. Mensajes de texto y otros mensajes.
Renacimiento, 2014.
Imagen: Lewis Hine. Una niña en la fábrica Mollohan.
Newberry, 1908.
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