La ignorancia incentiva y fortalece
esa mano desleal, casi oculta,
que oscurece con bullas de sombras las estancias.
Detrás de la pantalla
proyectan hormigueros con mordaces discursos:
el oro y la sed como nuestra carne genuina,
la ilusión de lujurias con sus clamados cielos,
el polvo del hastío, sin sabor,
con todos los abrazos mitigados…
Por nosotros repiensa y determina
la crónica de héroes y etiquetas de modelo,
el señuelo rosado de las alcantarillas,
la alquimia en el desnudo del vivir
con sus caras de fama inasequible
palpitando por las habitaciones.
Es el ojo guardián, con párpado de filtro,
la panoplia de enredos que diluyen
el espanto con flores de epidemia,
la epidemia hipnótica de los días,
y su máscara muda acostándose al lado
con las arpas somníferas.
Es un cacto grosero
que echa raíces en el dictamen de los dedos
morada del censor, que no ejerce,
un cacto en los ojos que se adormilan.
José Morán. Los silencios guardados. Denes, 2008.
Imagen: Toshihiko Okuya
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