Yo entonaría también una danza
de ti, como antaño astuto coplero,
que a cuentas llamaba a son de pandero
papas y reyes en dulce venganza,
cantando «Señores, dejad esperanza
de que os valgan honores o cargos,
oro ni tierra, que, cortos o largos,
en el osario no rige ordenanza»;
y añadiría en nueva mudanza
«Venga el pastor de empresas y bancos,
el que esquilaba los débitos blancos,
el que de crédito henchía la panza;
venga y suscriba aquí mi libranza,
venga y verá lo que vale dinero:
todas sus cifras verá que eran cero
y qué de vacío mi cuenta se danza.
Venga a mi cita y no se retarde
por la autopista a ciento cuarenta
el mico neumático que se revienta
contra el terror de que nadie le aguarde;
alma enlatada de esencia que arde,
él, que hacia todo sin fin se dispara,
tendrá aquí su meta: de golpe mi cara
la verá fija; pero un poco tarde.
Y tú, la clienta de las galerías
del supermercado, que por la escalera
mecánica en pos de la cosa cualquiera
bajabas al cielo, al limbo subías,
entra a mi danza, y tus chucherías
saldrán de la bolsa profunda hechas humo,
consumidora de puro consumo,
tu vientre sin fondo, tus manos vacías.
También a mi danza entrad, presidentes,
jueces, ministros, y cuantos prohombres
engorda el Estado con pienso de nombres,
porque a Él lo guardéis con uñas y dientes;
vosotros que, en toda mentira potentes,
matábais seguros, con fe legislábais,
veréis quién hacía lo que ejecutabáis
veréis de qué Dios sois ciegos sirvientes.
Y venga» te haría cantar «a mi corro
el sabio, hilandero de telas de araña,
que hacía de yerba y sangre patraña;
verá qué de claro su libro le borro.
Ven tú también, obrero modorro,
que, prole criando con santo trabajo,
vendías la vida a jornal o destajo:
yo te daré libreta de ahorro».
Y así seguiría en fúnebre chanza
llamando uno a uno a todos tus seres,
blancos o negros, y chulos, mujeres
o santos, bailando en la misma balanza.
Pero no puedo: la voz no me alcanza,
y a todos llamando, no llamo a ninguno:
porque tú solo lo llamas a uno,
y uno soy yo que cantaba tu danza.
Agustín García Calvo. Libro
de conjuros. Lucina, 1979
Imagen: Paula Rego. Olga.