Fue
una tarea de todos.
Los que se fueron sin besar a su mamá
para que no supiera que se iban.
El que besó por última vez a su novia.
Y la que dejó los brazos de él para abrazar un Fal.
El que besó a la abuelita que hacía las veces de madre
y dijo que ya volvía, cogió la gorra, y no volvió.
Los que estuvieron años en la montaña. Años
en la clandestinidad, en ciudades más peligrosas que la
montaña.
Los que servían de correos en los senderos sombríos del
norte,
o choferes en Managua, choferes de guerrilleros cada
anochecer.
Los que compraban armas en el extranjero tratando con gángsters.
Los que montaban mítines en el extranjero con banderas y
gritos
o pisaban la alfombra de la sala de audiencias de un
presidente.
Los que asaltaban cuarteles al grito de “¡Patria libre o morir!”.
El muchacho vigilante en la esquina de la calle liberada
con un pañuelo rojinegro en el rostro.
Los niños acarreando adoquines,
arrancando
los adoquines de las calles
-que
fueron un negocio de Somoza-
y acarreando adoquines y adoquines
para
las barricadas del pueblo.
Las que llevaban café a los muchachos que estaban en las
barricadas.
Los que hicieron las tareas importantes,
y
los que hacían las menos importantes.
Esto fue una tarea de todos.
La verdad es que todos pusimos adoquines en la gran
barricada.
Fue una tarea de todos. Fue el pueblo unido.
Y lo
hicimos.
Ernesto Cardenal. Vuelos
de victoria, 1984
Imagen: Armando Morales. Homenaje a Ernesto Cardenal.
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