No era tiempo de higos.
Sin
embargo,
contra todo pronóstico,
pronunció sus palabras
seguro de su fuerza y de los juicios
que vendrían después,
exculpatorios.
No era tiempo de higos,
pero todos oyeron la sentencia maldita.
En un instante el fluir poderoso
de la savia de marzo
en seco se detuvo. Se cegaron
las venas de la higuera y un crujido
- una dura crepitación de roca
o hueso quebrantado –
agrietó con fiereza las raíces
y el tronco hasta las ramas.
Se cubrió de repente la corteza
de un musgo de ceniza
que asfixiaba los ojos, la razón, la promesa.
Calcinados cayeron como piedras
los brotes y las hojas
sobre la tierra yerma
y las aves huyeron desertando los nidos
bajo un cielo olvidado.
Era el tiempo de la demostración,
del rigor de la fe junto a Betania.
Y cuando todos se fueron
y el polvo alzado se posó
de nuevo en el camino,
tan sólo las cigarras rompieron el silencio,
las cigarras proscritas,
aquí, junto a la higuera,
bajo este sol provocativamente estéril.
Conrado Santamaría
Imagen: Icono bizantino sobre la maldición de la higuera
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