La que, después de muerta, se demora en morir, repta
la que tarda, simplemente, en morir repta
y deja un rastro de babas entre casas y hechos como signo
de la vida que arrastra; es
perezosa y lenta la vida de lo que repta. Y así
tu recuerdo en el fondo de mi alma repta
y su contacto de piel viscosa y muerta me
produce algo así como un escalofrío
algo como terror. Y también yo repto, me
arrastro entre los vidrios dispersos de tu espejo, entre
los harapos de ti que aún quedan
absurdamente en el
cubo de basura de mi memoria,
espectros en la casa abandonada
en la casa abandonada que yo soy. Y repto
al fondo de mí, como si fuera
yo mi recuerdo tan sólo, como si estuviera
dormido al fondo de mí, como una vivencia olvidada. Y me
desenvuelvo entre las ruinas somnolientas y a través
del palacio en el que no puedo entrar, como
una hábil serpiente. Me queda sólo la ebriedad
dolorosa que produce
la idea del suicidio; estoy a solas
con la idea del suicidio, con la idea de aplastarme como
a un reptil.
Todo hombre es un rey entre almenas que sienten
todo hombre es castillo de una princesa muerta
todo hombre, una máscara rodeada de tenedores
y un cadáver que escupe la boca de un fauno.
Lloran mis ojos en la frente
mis enemigos han muerto,
sólo
queda
la vergüenza de la vida.
De mí sólo queda la vida,
las manos que se mueven,
los ojos en la frente,
las lágrimas sin dueño:
mientras los hombres mueren
la barba crece.
Guárdate,
amor, de cruzar el río
que nos separa,
la
vida es sólo un árbol
un árbol
que
crece.
Crece el poema como un árbol
y entre sus ramas, como niebla densa,
alabando a la noche,
mi
padre
se ahorca.
Leopoldo María Panero. Últimos poemas. En Poesía
1970 – 1985. Visor, 1986.
Imagen: Edward
Weston. Ciprés en Point Lobos, 1946.
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