Martin Seligman publicó en 1975 los resultados de un cruel experimento. Varios perros fueron enjaulados, y se les hacía sufrir descargas eléctricas que de ninguna manera podían controlar. Ellos ladraban enfurecidos y trataban de romper los barrotes.
Sin embargo, después de
varios días en la misma situación, los animales dejaban de protestar, aceptaban
resignados los ataques, y desarrollaban un estado de apatía y desmoralización
muy parecido a lo que en los humanos solemos llamar depresión.
Esta canallada sirvió a
Seligman para definir el denominado: “síndrome de indefensión aprendida”, y
recibir muchos honores académicos.
Había, de todas formas,
algunos perros que no se comportaban como los demás. Se mellaban los dientes
hasta el último momento intentando salir de las jaulas, y aullaban incansables.
Estos perros inmunes al
síndrome de indefensión aprendida no eran de ninguna raza, edad o sexo en
especial, pero todos habían vivido un largo y costoso aprendizaje. Eran perros
callejeros.
En este mundo de crimen y
rapiña globalizados, en el que la esperanza se ha convertido en un lujo
imposible, tal vez, junto a sesudos pensadores, haya que llamar como maestros
también a aquellos perros callejeros que en la mayor adversidad se negaban a
aceptar que su desgracia fuera inevitable.
Jesús Aller. Recuerda. Llibros del pexe, 2004.
Imagen: Richard Kalvar. Perro cansado. París, 1974.
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