Al acabar el cuento, cerró el libro y
cada cual regresó a su rutina. La niña se quitó la caperuza roja que tanto
odiaba, la abuela llamó al ambulatorio para hacerse un contraanálisis de orina
y el lobo olfateó en la tarde su querencia de loba y aulló. Sólo el viento, al
pasar entre los árboles del bosque, pautaba el ritmo de la espera abarquillando
con su fragancia de espliego la cortina del dormitorio.
Conrado Santamaría
Imagen: John Tenniel. Alicia y la oveja tejedora, 1871.
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