Somos los pálidos inconformes
los perpetuamente ofendidos
los lujuriosos de la sinceridad
Somos los derrotados más inmortales
los antiquísimos que no desaparecen
los victoriosos más maltrechos
Somos la canción más horrenda
Somos ese rostro espantoso
que ninguna máscara encubre
Somos una mirada voraz y aborrecida
desde el origen de las comunidades
Cuanto oculta a lo oculto nos mancilla
Una mentira nos desazona
Somos los enemigos extraños
Desde el origen de las comunidades
nos vienen arrojando al fuego
Nuestra palabra favorita es no
por ella nos aíslan nos torturan
nos asesinan como a perros
Hace miles de años alguno de nosotros
fue sacrificado en la tribu
Aquel áspero antepasado
arrancó la máscara al brujo
y vociferó: ¡Vedlo
le aterra la naturaleza
su magia es de horror y mentira!
Señaló al patriarca y proclamó
que su poder estaba formado
por la sumisión y el terror
de la congregación Hizo un gesto
que abarcaba la tribu entera
y mordió estas albas palabras:
¡Vuestra superstición y vuestra cobardía
sólo merecen lo que os proporcionan
obediencia penuria y cadenas!
Le empujaron hasta la hoguera
y su alarido restableció el orden
de la tribu y del universo
-durante el tiempo que tardó en arder
En el curso de los milenios
los lujuriosos de la sinceridad
fuimos odiados perseguidos
cazados como ratas
Las religiones y el poder
no toleraban nuestro desprecio
ni nuestro coraje suicida
Hostigados, hemos optado
por extremar nuestra iracundia
hasta llegar a denunciar
el pánico en el fondo del placer
la ofuscación en medio del trabajo
el miedo a las fauces del tiempo
en la paternidad Hoy ya no hay nada
que amortigüe nuestra locura
A los serenos les llamamos cómplices
cualquier concesión nos infama
y apostrofamos al olvido
Somos llamas de orgullo Somos
llamas de algo orgulloso Somos
fogonazos de apocalipsis
(Pero cuando alguien nos invita
a mencionar una solución
algo que acabe con el pánico
algo que transforme a las turbas
y sus guardianes en una armonía
definitivamente humana
entonces
nos refugiamos en nuestra cueva
lloramos con humildad abominable
mordemos nuestra lengua hasta vaciarla
de sus gallardas acusaciones
escupimos sobre nuestros espejos
y arañando a la oscuridad
reconocemos al terror
en nuestro propio corazón Más tarde
ovillados como los fetos
crujimos de silencio y de espanto
con la cabeza embadurnada
en interrogaciones inútiles)
Oh materia materia qué ominoso castigo
tu propia ceremonia innombrable!
Félix Grande. Las
rubáiyátas de Horacio Martín. Lumen, 1978.
Imagen: Nikolái Yaroshenko. La estudiante, 1880.
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