Creían
que nos modelaban a su imagen y semejanza, que comíamos hojas caídas y que cada
uno heredaba la enfermedad de su padre.
Pensaban
que se nos irían pudriendo las horas vivas en la telaraña bajo un alud de
hojarasca y cáncer, que el tiempo, tarde o temprano, cegaría las ventanas.
Pero
nosotros éramos insomnes. Desobedecimos sus nanas de cieno y dedicamos las
noches a destejer sus mentiras y a pensar en pétalos de aurora y agua y en
música para bailar descalzos.
Era
simulación que nos gustara el lodo, era mentira. Teníamos los ojos del corazón
abiertos, porque el corazón bastardo e inocente cuya gramática amamos no
descansa nunca:
nos
guarda tras el horror, insomne.
David
Eloy Rodríguez. Para nombrar una ciudad.
Renacimiento, 2010.
Imagen:
Marie Šechtlová. De la serie “Gitanos”, Tábor, 1961.
Cuán difícil, aún mediando espontáneo deseo, me es a veces añadir a lo leído un comentario. Cuán injusto, para mí y para el poeta, no intentarlo.
ResponderEliminarGracias, Loam, por este no comentario. Has obrado con justicia para con el poeta y para contigo. Saluton.
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