Nacidos medrosos de incertidumbre,
con colores inseguros sobre nuestras espaldas
y nuestras palabras: este verso,
simple coartada del poder.
Todo incienso. Tanta mistificación literaria.
Hay que tener las narices obturadas para no enfermar.
Nos lo quitan todo, ya lo veis.
Salvo la libertad de matarnos.
¿Hay don más misterioso?
La consolación por el suicidio
amplía infinitamente esta morada
donde nos ahogamos.
Se muere de no saber,
de no querer decir,
de callar continuamente.
Se muere golpeado a traición,
por esa usura de gestos y palabras.
Como un cáncer permanente.
Es hora de evaluar el impacto de cada adjetivo,
estimar en la balanza de los nervios
el peso concreto de cada silencio.
Ahora o nunca.
Se
necesita una chispa humana,
una creatividad posible
contra su nido de emboscadas,
riesgos y trampas.
La vida cruje por todas partes
bajo los golpes diarios del trabajo forzado.
Miguel López Crespi. El
seco pulso del tambor. Provincia, 1984.
Imagen: Nikolái Kasatkin. En el juzgado del distrito, 1897.
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