Nadie
nos podrá expulsar del paraíso que Cantor ha creado.
David Hilbert
La mañana gira hacia la
noche y una mujer se desplaza lenta, pausadamente por el pasillo del
supermercado, se deja llevar por la corriente, ahogada entre todos los colores,
atravesada por la longitud de las estanterías, con la sonrisa a medio hacer y
las manos frías, agarrando una caja de cereales y botes y latas de conservas y
una bolsa de patatas que aplasta ligeramente y cruje y que siente como sus
huesos y llega a una cola y coge un número de un expendedor de turnos y espera,
como otras mujeres, y se miran y algunas hablan, y otras vuelven la mirada, y
pasan y esperan y ella trata de memorizar su número sin saber por qué, y sin
saber por qué cierra los ojos y se recuerda en el cine antes de que comience la
película con la mano entrelazada a la de él, pero la película no empieza y los
turnos van pasando y la oscuridad es más oscura, y aprieta su número, como si
fuese la entrada del cine y desea que comience la proyección y que se acabe
esta oscuridad, y dentro de ella nace algo y no sabe qué es y sujeta el número
cada vez más fuerte –una historia está a punto de ocurrir– y no quiere abrir
los ojos, aunque le asuste, aunque el crimen esté a punto de cometerse, aunque
ya nada tenga que ver con ella misma.
Enrique Sadornil. En Haciendo,
haciendo. Once maneras de mirar de frente. El Perdigón, 2017.
Imagen: Helena Almeida. Óyeme, 1979.
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