Y podría haber sido aún más difícil.
La disciplina recta
del cuarto de las ratas siempre a punto
con razonables dientes. O la raya
de luz bajo la puerta a medianoche
con llanto en el pasillo.
O la sangre más cruda
de un padre acribillado en la cuneta
de una guerra perdida para todo.
O el hambre ya sin dioses
y sin sendas, como otro surco abierto
a la nueva semilla que se pudre
lentamente sin germen
en mitad de la ciénaga.
Sin embargo, todo fue más sencillo
y más indescifrable.
Las calles a finales de un septiembre
recién oscurecido y ya sin gente.
Y el doblar de campanas escindiendo
las huellas y filtrando
en todas las paredes humedades
que el tiempo afianzaba.
Y los olores viejos. Y el silencio
que abría cicatrices y cerraba
bajo una llave muerta la despensa.
Y volando por el cielo
la picaraza izquierda inexorable.
Conrado Santamaría. La noche ardida. Ruleta Rusa
Ediciones, 2017.
Imagen: Brueghel. El regreso de los cazadores,
detalle.
No hay comentarios:
Publicar un comentario