Las
primeras noticias acerca del tipo y la magnitud de los crímenes cometidos en el
curso de la civilización del Congo contra la población autóctona llegaron a
hacerse públicas en 1903 gracias a Roger Casement, quien entonces ocupaba el
cargo de cónsul británico en Boma. Casement –del que Korzeniowski había
expresado una vez, delante de un conocido londinense, que podía contar cosas
que él, Korzeniowski, intentaba olvidar desde hacía tiempo–, en un memorándum presentado
a Lord Lansdowne, de la Foreign Secretary, hizo un informe pormenorizado
relativo a una explotación de los negros que no era atenuada por ningún tipo de
miramiento, obligados a trabajar sin remuneración en todas las obras de la
colonia, alimentados únicamente con lo imprescindible, con frecuencia
encadenados los unos a los otros, a un ritmo establecido desde el amanecer
hasta la caída del sol y, a fin de cuentas, hasta caer literalmente
desplomados. Ante los ojos de quien navegue por la parte superior del Congo,
río arriba, y no esté cegado por la avaricia de dinero, escribe Casement, se
revela la agonía de un pueblo entero en todos sus pormenores, que desgarran el
corazón y dejan sumidas en las sombras las historias bíblicas del sufrimiento.
Casement no dejó ninguna duda de que, cada año, los vigilantes blancos
empujaban a la muerte a cientos de miles de esclavos, y de que mutilaciones,
cortar manos y pies, y ejecuciones con revólver eran las medidas represivas
practicadas a diario en el Congo para el mantenimiento de la disciplina. Una
conversación privada, para la que el rey Leopoldo había hecho ir a Casement a
Bruselas, debía servir para relajar el tenso ambiente que su intervención había
creado, mejor dicho, debía servir para valorar el peligro que las actividades
revolucionarias de Casement entrañaban para los negocios coloniales belgas.
Leopoldo aseveró que consideraba el rendimiento laboral de los negros como un
equivalente a los impuestos absolutamente legítimo, y si en ocasiones, ya que
no quería negar que fuese cierto, se llegaba a abusos inquietantes por parte
del personal blanco de vigilancia, había que atribuirlo al hecho deplorable, si
bien apenas corregible, de que el clima del Congo provocaba una especie de
demencia en las cabezas de algunos blancos que lamentablemente no siempre era
posible prevenir a tiempo. Como a Casement no se le podía persuadir con tales
argumentos, Leopoldo se valió del privilegio de la influencia real en Londres,
lo que tuvo como consecuencia que, con dualidad diplomática, el informe de
Casement fuese, por una parte, alabado como ejemplar y se concediera a su autor
el título de Commander of the Order of Saint Michael and Saint George, y sin
embargo, por otra, no se adoptara ninguna medida que pudiese menoscabar la
salvaguardia de los intereses belgas. Cuando Casement, algunos años más tarde
–probablemente con la secreta intención de alejar de forma provisoria su
molesta persona–, fue enviado a Sudamérica, descubrió allí, en las zonas
selváticas de Perú, Colombia y Brasil, condiciones que en muchos aspectos se
asemejaban a aquellas del Congo, sólo que no eran sociedades mercantiles belgas
las que estaban operando aquí, sino la Amazon Company, cuya administración
central tenía su sede en la City londinense. También en Sudamérica se
exterminaron en aquel tiempo tribus enteras y regiones enteras quedaron
reducidas a cenizas. Es cierto que el informe de Casement y su apuesta
incondicional en favor de los desamparados por las leyes y de los perseguidos
suscitaba cierto respeto en el Foreign Office, si bien, al mismo tiempo, muchos
de los burócratas competentes de más alto nivel sacudían la cabeza por aquello
que les parecía un afán quijotesco, no propicio, seguramente, al ascenso
laboral del enviado, tan prometedor por sí solo. Se intentó regular este asunto
elevándolo a la categoría de noble en relación expresa con los merecimientos
que se había procurado en beneficio de los pueblos sometidos de esta tierra. No
obstante, Casement no estaba dispuesto a trasladarse al lado del poder; muy al
contrario le preocupaban cada vez más la naturaleza y el origen de este poder y
la mentalidad imperialista que había nacido de ella. Consecuente con esta línea
era que acabara dando con la cuestión irlandesa, es decir, con su propia cuestión.
Casement había crecido en County Antrim como hijo de padre protestante y madre
católica, y conforme a toda su educación pertenecía a aquellos cuya misión
vital residía en mantener la dominación inglesa sobre Irlanda. Cuando la
cuestión irlandesa se agravó en los años anteriores a la Primera Guerra Mundial
, Casement comenzó a hacer suya la causa de «los indios blancos de Irlanda».
Las injusticias perpetradas contra los irlandeses a lo largo de siglos colmaban
su conciencia cada vez más, estigmatizada más hondamente por la compasión que
por otra emoción cualquiera. El hecho de casi la mitad de la población
irlandesa fuera asesinada por los soldados de Cromwell, de que más tarde miles
de hombres y mujeres fueran enviados como esclavos blancos a las islas de las
Indias Occidentales, de que en lo venidero más de un millón de irlandeses
murieron de hambre y el hecho de que una gran parte de todas las generaciones
que retoñaban en años posteriores estuviera obligada a emigrar de la patria, no
se le iba de la cabeza. La determinación definitiva para Casement llegó en el
año 1914, cuando el Home-Rule Programm, propuesto por el gobierno liberal para
la solución de la cuestión irlandesa, fracasó por la oposición fanática de los
protestantes norirlandeses, que habían apoyado, tanto en público como en
privado, los distintos grupos de ingleses interesados. We will not shrink from Ulster`s resistance to home rule for Ireland,
even if the British Commonwealth is convulsed, anunciaba Frederick Smith,
uno de los representantes más decisivos de la minoría protestante, cuya
denominada lealtad consistía en la disposición de defender sus privilegios, a
mano armada, si esto fuese necesario, incluso contra las tropas del gobierno.
Se fundaron los Ulster Volunteers con un grueso de cien mil hombres, y también
en el sur se formó un ejército de voluntarios. Casement tomó parte en el
reclutamiento y armamento de los contingentes. Envió sus condecoraciones de
vuelta a Londres. No volvió a emplear la pensión que le había sido asignada. A
principios de 1915 fue a Berlín en misión secreta para persuadir al gobierno
del Reich del suministro de armas al ejército de liberación irlandés y para
convencer a los prisioneros de guerra irlandeses que había en Alemania de que
se unieran a una brigada irlandesa. Ambas empresas fracasaron y Casement fue
traído de vuelta a Irlanda en un submarino alemán. Mortalmente agotado y
completamente aterido por el agua helada, vadeó la bahía de Banna Strand, cerca
de Tralee, hasta tierra firme. En este momento tenía cincuenta y un años. Su
detención era inminente. Aún tuvo el tiempo justo de conseguir evitar, por
mediación de un sacerdote, la sublevación de Pascua prevista en toda Irlanda,
ahora condenada al fracaso, con el mensaje de No German help available. Algo muy distinto era, sin embargo, que
los idealistas, los poetas, los dirigentes sindicales y los profesores que
tenían la responsabilidad en Dublín se sacrificaran a sí mismos y a aquellos
que los escuchaban en una lucha callejera de siete días. Cuando la sublevación
fue sofocada, Casement ya estaba recluido en una celda de la Torre de Londres.
No tuvo asistencia judicial. Como representante de la acusación fue requerido
Frederick Smith, entretanto ascendido a fiscal del Tribunal Supremo, por lo que
la resolución del proceso estaba ya casi estipulada de antemano. Para impedir
cualquier recurso de gracia eventual por parte influyente, se transmitieron al
rey inglés, al presidente de Estados Unidos y al Papa extractos del llamado
diario negro hallado durante el registro de la vivienda de Casement que
contiene un tipo de crónica de las relaciones homosexuales del acusado. La
autenticidad del diario negro de Casement, hasta hace poco guardado bajo llave
en la Public Record Office de Kew, al suroeste de Londres, se ha considerado
sumamente dudosa durante mucho tiempo, en gran medida como consecuencia de que,
hasta el pasado más reciente, los órganos ejecutivos y judiciales del Estado
encargados de obtener, en el procedimiento contra supuestos terroristas irlandeses,
las pruebas y de elaborar el auto de procesamiento del fiscal han sido
reiteradamente culpables no sólo de suposiciones e imputaciones negligentes,
sino también de falsificaciones premeditadas del sumario. En cualquier caso,
para los veteranos del movimiento de liberación irlandés era impensable que uno
de sus mártires pudiese haber sido afectado del vicio inglés. No obstante,
desde el desembargo de los diarios, en primavera de 1994, no cabe ninguna duda
de que fueron escritos por Casement. La única consecuencia que se puede deducir
de ello es que posiblemente fuera la homosexualidad de Casement lo que le
capacitó, pasando por alto las barreras de las clases sociales y de las razas,
para reconocer la constante opresión, explotación, esclavización y destrucción
de aquellos que más alejados estaban de los ejes del poder. Como era de
esperar, Casement, al final del juicio en el Old Bailey, fue hallado culpable
de alta traición. Lord Reading, el juez que ocupaba la presidencia, en otro
tiempo llamado Rufus Isaacs, dio a Casement, su último aviso. You
will be taken hence, le
dijo, to a lawful prison and thence to a
place of execution and will be there hanged by neck until you be dead. Hasta
1965 el gobierno británico no permitió la exhumación de los restos de Roger
Casement, apenas identificables, seguramente, de la fosa de cal que había en el
patio de la prisión de Pentonville, donde se había arrojado el cadáver.
W.
G. Sebald. Los anillos de Saturno.
Traducción de Carmen Gómez García y Georg Pichler. Anagrama, 2021.
Imagen:
Roger Casement escoltado a la prisión de Pentonville, Londres tras ser
condenado por traición.