Los asesinos no viajan en subterráneo,
sólo algunos criminales menores lo hacen.
Los más perversos pasan fugazmente por la vía pública,
sus mayordomos asustan a la gente,
hacen muecas terribles con mínimo esfuerzo,
señas incomprensibles con los brazos.
A los asesinos mejores los caracteriza su calma calma,
en lo peor de los alaridos beben mate con cáscara de naranja.
Sólo si se les contradice pierden el aplomo,
se les tuerce la boca,
les hace guiños un ojo.
Los asesinos son buenos padres de familia,
cuidan el futuro de sus vástagos.
Se apropian de una que otra pradera,
montan tallercitos para construir buques mercantes, ferrocarriles, etcétera.
(En esto de ser precavidos los asesinos superan a los pobres.)
Los asesinos más ilustres ejecutan por la espalda,
se enternecen con la prolijidad y adoran la buena mesa.
A pedido de amigos extranjeros organizan maestros cataclismos,
faraónicos complejos hidroeléctricos,
guerras con países vecinos.
Cuando no, secuestran presidentes en el aire.
Ah los asesinos, gente distinguida.
Dominan las reglas de urbanidad:
cumplen órdenes de uno u otro amo con perfecto disimulo,
hacen desaparecer limpiamente a los aguafiestas,
asisten a encuentros deportivos.
Jorge Brega. Poemas de ausencia (1976-1983). Nudos en la Cultura Argentina, 1984.
Imagen: Robert Frank. Covered Car, Long Beach, 1955-1956.
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