Ni su nombre ni su edad recuerdo, aunque ésta era
mucha. Soñaba largamente con trenes irremediables cuyo silbido oía desde su
ventana, como un llamamiento. La vez primera, unos hombres la recogieron del
nicho que con sus propias manos había abierto entre los rieles para aguardar
allí el tren que no pudo ver llegar. Pasaron los días, o los meses, y de nuevo
la sorprendieron camino de la estación, y sus parientes ya la encerraban. Hasta
que al fin una noche de mayo sin luna, arrojó su viejo jergón por la ventana
del piso primero donde moría, y luego se descolgó. Para que nadie pudiera
estorbar esta vez su designio, arrastró a duras penas el colchón hasta el
portal y lo escondió bajo la escalera, no fuera a denunciar su partida.
Recelosa también de la noche, bajó aprisa el camino de piedras hasta el paso a
nivel. Anduvo luego unos pasos pletóricos y en ansia sobre las traviesas y
eligió con celoso primor el mejor acomodo para el encuentro. Y, aquella noche,
vino puntual el tren.
Conrado Santamaría
Imagen: George Tooker. Subway, 1950
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