sábado, 14 de diciembre de 2013

Moralidades legendarias



Odian a César y al poder romano.

Se privan de comer la última uvita

pensando en los esclavos que revientan

en las minas de sal o en las galeras.


Hablan de las crueldades del ejército

en Iliria y las Galias.

Atragantados

de jabalí, perdices y terneras

dan un sorbo

de vino siciliano

para empinar los labios pronunciando

las más bellas palabras:

la uuumaaaniiidaaad, el ooombreee, todas ésas

–tan rotundas, tan grandes, tan sonoras–

que apagan la humildad de otras más breves

—como, digamos por ejemplo, gente.


Termina la función. Entran los siervos

a llevarse los restos del convite.

Entonces los patricios se arrebujan

en sus mantos de Chipre.

Con el fuego del goce en sus ojillos,

como un gladiador que hunde el tridente,

enumeran felices los abortos

de Clodia la toscana,

la impotencia de Livio, los avances

del cáncer en Vitelio.

Afirman que es cornudo el viejo Claudio

y sentencian a Flavio por corriente,

un esclavo liberto, un arribista.


Luego al salir despiertan a patadas

al cochero insolado

y marchan con fervor al Palatino

a ofrecer mansamente el triste culo

al magnánimo César.


José Emilio Pacheco. Irás y no volverás, 1973. En No me preguntes cómo pasa el tiempo. Poesía II (1964 – 1972). Visor, 2010.
Imagen: Henri Cartier-Bresson. Nueva York, 1960.

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