Cuando veas al
hombre de banca
dinámico y grave
que en la ranura
de su coche
introduce la llave,
mientras habla con un
cliente
importante,
y con mano segura
agarra el volante,
verás, si te fijas, en el cristal
la cara del que sabe.
En la escuela,
al salir de recreo
al patio empujándose,
si ves a uno que
lo llaman
el Capacobardes
que le escupe en
la oreja al tonto
de
la clase
y se planta aguardando
que
el otro se arranque,
helados de vidrio verás allí
los ojos del que sabe.
O si ves por la
turbia ventana
de frente a su amante
a la querida que, ya seca,
se
aferra al cadáver
de su
amor, y a cuchillo dice
«Como escapes,
te lo juro, aquí mismo
me siego el gaznate»,
grabado verás en la blanca piel
el signo del que sabe.
En la foto del
jefe de estado
que fija el instante
en
que él, sentado ante un decreto
de muerte de alguien,
en
penoso deber la pluma
de oro blande,
cuando firme la firma
de un trazo la trace,
trazada en su frente la puedes ver
la marca del que sabe.
O si no, en el
neón del espejo
del bar de 'My darling'
si ves al chulo que a su rubia
le dice, fumándole
de nariz, «Que nanay, nenita,
que tu padre,
y cuidao con el rímel,
que no se te empaste»,
posada en sus párpados la verás
la fuerza del que sabe.
Y si asomas, en
fin, al estudio
de altos cristales
donde
el cerebro de la empresa
dibuja los planes
de la ruta futura, y corre
recto el lápiz
y a derecho y a regla
los borra los árboles,
guiada verás de la pura ley
la mano del que sabe.
Todos tienen su
idea: son ellos
los reyes del aire.
Y si tú ves que, cuando a todos
los cierre en la cárcel
de los versos y que la música
ya se apague,
yo me quedo a las nubes
mirando distante,
recuérdame y dime «La veo ahí
la cara del que sabe».
Agustín García Calvo. Canciones
y soliloquios. Lucina, 1982.
Imagen: Elliott Erwitt. Estados Unidos, 1962.
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