(Este proyecto no es original. Me fue
comunicado
por
E. B., obispo en sus ratos de ocio, quien a su
vez
lo recibió de labios del anarquista adolescente
que
menciono, de oficio retratista.)
No matéis a los curas, pueblos que despertáis y caéis en
la cuenta
de la estafa más grande que edad alguna oliera.
Por el contrario estimulad su cría,
cebadlos uno a uno con esmero acucioso.
Así podréis ir luego montados en curas gordos al trabajo
- la gasolina siempre tiende a subir -,
dejarlos amarrados a las puertas del bar,
decir – oh desdeñoso ancestro que os resurge –
que el vuestro está más brioso que los otros mostrencos.
Los domingos llevaremos a los niños a las carreras de
curas
- único juego de azar que será permitido -
en las cuales brillarán los descendientes pur sang de los
obispos.
Habrá curas de tiro y carga, curas trotones, curas
sementales,
y tendrán los establos olor a santidad.
Los curas inservibles serán embalsamados
y vendidos como adorno de salón:
la tonsura podrá servir de cenicero.
Roque Daltón. El
turno del ofendido, 1962. En Antología.
Visor, 2000.
Imagen: Henri Cartier-Bresson. Seminaristas de paseo. Burgos, 1963.
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