Los niños traficaban con una nueva especie de ratas
anilladas como langostas y de color magenta y celeste.
Sabor extraño al principio
pero como el hambre no miente
nos habituamos a hornearlas.
Ya que uno es lo que come, en menos de un año nos
volvimos como ellas.
Primero los ojillos alarmados, la pelambre y la cola.
Poco después los dientes de taladro,
las garras como sierra de partir huesos.
(¿Hará falta añadir que a este respecto
no tuvieron gran cosa que enseñarnos?)
Ahora son hombres los niños que vivían de las ratas.
Actúan como sicarios de un poder invisible
y poco a poco pero noche tras noche
nos eliminan sin clemencia.
José Emilio Pacheco. Como
la lluvia. Era, 2009.
Imagen: Alfred Kubin
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