Caminan por los campos, arreando sus bestias
cargadas de cadáveres, hacia el atardecer.
Pero no allí,
sino en el centro de la ciudad
están (aunque su reino sea
más odioso en el alma): son
los mercaderes del engaño.
Levantan en la plaza
sus tenderetes y sus palabras, pues son hábiles
en el comercio de la irrealidad.
Proceden del sueño y también
lo engendran a su vez.
Mezclaos entre la multitud y veréis
hasta qué punto sus palabras son vanas,
pues no les pertenece ni un solo corazón.
Si alguien levanta su voz en la asamblea,
tal vez un hombre honrado,
para enarbolar la verdad,
ellos extienden sus manos engañosas
hasta teñir el cielo de un sangriento color.
Porque tienen el viejo poder de la mentira
que desciende en la noche,
cubre los campos,
se mezcla a las semillas,
contamina los frutos de toda corrupción.
Mentira es nuestro pan, el que mordimos
con ira y con dolor.
Bajamos a la caída de los sueños
como una bandada de pájaros sedientos de verdad.
Pero ninguna hora había sonado
que fuese nuestra. Entonces comprendimos
que al igual que la tierra huérfana de cultivo
debíamos dar fruto en soledad.
Pero ahora acercaos: ved
cómo la noche cae. Se oye
un largo toque de silencio y redobla
el hisopo sobre el tambor.
La plaza está desierta (parece descansar
la ciudad en un sueño más hondo que la muerte).
Sólo quedan palabras como globos hinchados,
ebrios de nada. Van
flotando lentamente sobre la carroña del día
y su implacable putrefacción.
José Ángel Valente. Poemas
a Lázaro, 1955-60. En El fulgor. Antología
poética. Galaxia Gutenberg, 2001.
Imagen: Francesc Català Roca. Sevilla, 1959.
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