Hay mañanas
en que necesitas un poema
como un buen café con leche
y el milagro es que a veces
(sólo a veces)
lo encuentras,
quiero decir el poema
(que el café siempre te espera).
Hay días que se diría
(como dice Antonio Orihuela)
que los días se escapan
como perro muerto o vagabundo,
como nieve de infancia
o la desesperanza del presente
y entonces (es decir ahora,
en estos días que digo)
un hilo tenue de madre
quebrado en el recuerdo
como voz que alienta en la edad oscura
rescata el tiempo que habitamos,
estos días de tanta espera,
tanta espera vana
de domingo de resurrección.
Hay mañanas, digo,
en que el poema te espera
como un café bien cargado
y apunta al corazón,
hiere de muerte el desconsuelo.
Hay mañanas como esta
(de frío invierno
ausente de nieve)
en que dejo el periódico
(ahogado de mentiras)
y encuentro
(ya lo habréis imaginado)
un poema que espera
y una voz bien cargada
que dice
(de nuevo lo habréis imaginado,
es Antonio Orihuela)
Ya
no están
en su
sitio
los
días.
Ya casi nada,
Antonio,
está en su sitio.
Sólo,
en su sitio,
exacto,
caliente,
bien cargado,
está el poema.
Porque el poema
como piedra,
corazón, mundo,
perro fiel, pájaro, río
o nube, mar, cal encendida,
siempre espera.
Incluso
en este tiempo de ideas muertas
y frías mañanas de invierno,
también ahora.
Incluso ahora
un poema
espera.
Antonio Crespo Massieu. Obstinada memoria. Amargord, 2015.
Imagen: Dennis Stock. Cafe de Flore, 1958.
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