Ahora que vamos
cuesta arriba, con el resuello prieto,
roto el zancajo
y cobarde de cimas la mirada
- no sea que haya sueños que sacudan
la roña que nos cubre -,
¿por qué no nos sentamos
al borde del sendero,
nos damos un respiro
y hablamos libremente?
Y ya que nos ponemos,
¿por qué no echamos cuentas
sin miedo a las facturas,
que el plazo ya nos vence
y el balance no cuadra
y se hace tarde?
Que es la hora del fraude, ¿quién lo niega?,
la hora circular del tráfico con logro,
cuando nadie camina
con la mirada recta,
sino siempre a hurtadillas, procurando
anticipar el filo del cuchillo
que asoma limpiamente en cada manga,
cuando nadie saluda por si acaso
ni acredita de adentro
su palabra, que se ha vuelto rapiña
de tratante, remate
de tendero, señuelo
para incautos. Es la hora, repito
por si no se me entiende,
de la ley de la trampa, de la boca pequeña,
del maquíllate o muere.
Carnaza el corazón desnudo, pasto
de propaganda, trofeo
de monteros en la feria del tuerto.
En almoneda siempre,
siempre amañando el fiel de la balanza,
siempre la lanza en flor del beneficio,
siempre, siempre la vida
después del estraperlo.
Que es la bolsa o la muerte a estas alturas
en carne lo sabemos
y seguimos apuesta tras apuesta
mintiendo resultados, malversando
horizontes, sangrando la esperanza.
Ahora que ha anochecido
y las estrellas,
que no admiten ni cálculo ni rédito,
nos permiten mirarnos sin usura
a los ojos, sin buscarnos la herida
para sacar tajada,
ahora
que la noche nos hace
de la misma materia
que la sombra y el sueño
y su rocío,
después de tanta ampolla y tanta quemadura,
de tanta y tanta luz especulada,
nos refresca el aliento
y limpia los harapos,
no temamos los sueños,
busquemos otro fuego que caliente por dentro,
otra valle más fértil,
otro arrimo más amplio y sin negocio.
Conrado Santamaría. De
vivos es nuestro juego. Ruleta Rusa Ediciones, 2015.
Imagen: George Tooker. Waiting Room II, 1982.
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