Nosotros no pensamos,
nosotros consumimos pensamientos.
La
industria de la comunicación y la industria cultural son quienes piensan por
nosotros.
El
frío cae con fuerza sobre el humo de los neumáticos que han prendido los
jóvenes inmigrantes para desafiar a la policía.
La
noche es una inmensa mancha de spray, un móvil que no deja de grabar
escaparates rotos, robo de vehículos, palizas a chicos de piel blanca que
después llenarán las páginas de los noticiarios de sucesos.
El
programa revolucionario del gueto copia la estética de un logotipo de ropa
deportiva.
Alguien
grita Smoke y la revolución empieza
en una tienda de vietnamitas donde es barato comprar toda clase de bebidas
alcohólicas.
A
esa hora, un mendigo en el centro de París, dice que va transportando el mundo,
poco a poco, hasta su habitación.
Que
el infinito cabe en un contenedor de basura, que la revelación del alma de los
hombres se encuentra aquí, entre las cosas abandonadas.
Tiene
las uñas sucias de tanto buscar el rastro de todo lo que se perdió.
Ni
siquiera aquí el universo es ciego, dice.
Ni
siquiera aquí la mente está sola.
Ni
siquiera aquí la experiencia es un estado vulnerable.
Espera
cada noche a la puerta de los hipermercados del capitalismo lo que ha cumplido
su fecha de caducidad.
Trata
de evitar que la dimensión espiritual del hombre sea un código de barras.
Que
cualquier intento de transformación, una estrategia de mercado.
Soy
viejo, dice, pero me mantengo alerta.
Y
así, entre restos, pensar vuelve a ser digno, el pensamiento no se separa de
las cosas, nada es una pulsión inútil.
Los
pasos atruenan en un callejón de los suburbios como sckas en una mesa de mezclas. En las comunicaciones policiales hay
un grito de alarma:
se está atacando la
realidad.
Pero
lo real se ha apartado de los consejos de los psicólogos sociales y se ha
refugiado en las pantallas de los cibers.
Alguien
takea con ácido las imágenes de la nueva
filosofía.
Alguien
dice que el arte de grabar la violencia es una forma extrema de placer.
En
los vídeos los chicos aparecen con la capucha de la sudadera cubriéndoles la
cabeza, hacen cosas inquietantes, tienen una botella de gasolina en la mano.
No
hay pensamientos, no hay alma, solo dimensiones nerviosas.
Más
tarde la pantalla de todos los ordenadores mostrará el autobús ardiendo, el
estado de shock de los viajeros en la acera, el centelleo de los bomberos y de
las ambulancias.
No
digas palabra alguna porque no hay nada que decir.
No
preguntes dónde está la realidad porque la boca se te llenará de niebla.
No
mires profundamente porque serás detenido por la policía.
Recoge
tus cosas y no quieras saber si serán salvados estos enfermos de vacío porque
se reirán de ti.
No
hay vacío, dirán con razón, lo una inmensa abundancia de realidades y un deseo extremo.
Sentado
en el asfalto, junto a las líneas sucias del aparcamiento, el viejo mendigo
grita perdón, ¿alguien me puede perdonar?
Mira
dentro de su carro y mira lo que ha rescatado esta noche de la basura.
Diego
Doncel. Porno Ficción, 2011. En Territorios bajo vigilancia (Poesía reunida).
Visor, 2015.
Imagen:
Mathieu Kassovitz. La Haine, 1995.
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