Viendo ahora, mirando el triste mundo,
el putrefacto mundo humano
que conocemos, que hemos visto,
“inquietante” y “crucial”, “predestinado”
(según nos dicen los periódicos),
en el que nos sentimos más bien presos, como algo
-nosotros, ello, todo-, algo que nos devora
y se amontona y sigue sobre sus propios huesos blancos…
Teniendo en cuenta las banderas, colgadas,
arrugadas y pálidas como palabras de un discurso falso;
anotando los números que indican: “ración”
y “30 días”, correlativamente, o “dividendos” y “salarios”,
(bien sé que no son cosas verificables, pero
es lo que encuentro, y no voy a ocultarlo;
lo anoto pues, y sigo…).
Parándose a pensar en lo que han dicho
-entre otros varios-
los “Excelencias” y los “líderes”,
los fariseos y los republicanos,
mi zapatero, Einstein
y Mr. Dulles –sucesor de Mr. Acheson…–;
sin olvidar, por otra parte, el cielo azul,
el movimiento grácil de los álamos,
y la anarquía de la primavera, y la situación caótica
que provocaría el “crac” de
tanto verde o blanco
piojo (perdón,
pero está claro
que no son más que símbolos poéticos
todas las cosas de que vengo hablando…).
Al mirar esto, al considerar esto, sí, ¿para qué engañarse,
ni para qué exponer personalmente lo que experimentamos…?
(Unos lectores se indignarán, castizamente;
otros habrán de avergonzarse, y sentirán toda su vida
como un sueño pesado;
muchos, en fin, es lo seguro,
dirán: “esto no es arte”, o bien “¡qué prosaísmos!”, y
pondrán en la radio
un fox, o un vals, o la emisión “Juerga en el aire”,
o algo
dulce de todos modos, y más
lírico, entre tanto
llega la hora de acostarse -si es por la mañana-
del vermú y el aperitivo acostumbrado…).
Pues como ya dijimos antes –pero ahora va de veras-: “en
fin”,
en fin, sí; ¿para qué engañarnos?
Amigos míos, poetas, nuestro oficio
es inútil, pensadlo.
Los que nos oyen no comprenden, y los que entenderían…
no tienen tiempo de escucharnos.
Eugenio de Nora. España,
pasión de vida. IEH, 1954.
Imagen: Nicolás Muller. Pintando un barco en Las Palmas, 1967.
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