miércoles, 30 de marzo de 2016
lunes, 28 de marzo de 2016
El laberinto
Desde el fondo del laberinto
los dioses nos miraban tristes. Abrimos la puerta a la gran manada y corrieron
los dioses con un tibio bramido por los campos. Así escogimos al mejor, al más
robusto, al más bello entre todos, y lo sacrificamos en holocausto. El suceso
corrió de boca en boca. Cayeron Palmira, Babilonia, Troya. Hubo matanzas
colectivas en lejanas ciudades. Noé se apresuró a largar amarras con su muestra
anacrónica de especies animales. Bajo una lluvia tenaz de cuarenta días y
cuarenta noches arreamos sin tregua el rebaño divino hasta la escondida entrada
del laberinto. Desde el fondo los dioses nos miran sin comprender, pues no
saben cuál de ellos será el próximo.
José Ángel Valente. El inocente, 1970. En Punto cero. Poesía 1953 – 1979. Seix
Barral, 1980.
Imagen: Francis Bacon. Tres estudios para figuras en la base de la
crucifixión, 1944.
sábado, 26 de marzo de 2016
Somos
Somos
los que profieren la blasfemia
en el silencio perfumado del templo
a la hora tozuda del crepúsculo.
Somos
los que no se descubren la cabeza
ni hincan la rodilla al pie de las escalinatas
temblorosas de la mañana.
Somos
los que no piden compasión y sí piden cuentas,
la piedra del escándalo
en medio del camino ancho y recto que atraviesa la
llanura sin horizonte.
Somos
los que se vuelven y se plantan, y miran a los ojos
mientras con el pie trazan en el suelo la raya
definitiva.
Somos
los que dicen NO como una afirmación hacia
adelante.
Somos
aquí y ahora.
Conrado Santamaría. De vivos es nuestro juego.
Ruleta Rusa Ediciones, 2015.
martes, 22 de marzo de 2016
No lo olvides
No lo olvides.
Se trata de ser invencibles.
No invisibles, como nos quieren ellos.
Invencibles.
No lo olvides.
Iosu Moracho. La utopía tiene los pies descalzos.
Amargord, 2016.
Imagen: Bruce Davidson. Londres, 1960.
domingo, 20 de marzo de 2016
CAMPO DE CONCENTRACIÓN (Burgos, 1938)
Parece que, efectivamente,
lo peor era el frío
en aquellas tierras altas del norte,
áridas y sombrías,
donde la primavera empieza en junio.
Al menos, eso opinó después Francisco,
que también se quejaba del hambre.
“Comíamos” –decía–
“serrín mojado en agua,
cuero reblandecido,
todo lo masticable lo comíamos,
el hambre es mal asunto…”
Y sonreía.
Hablaba poco de eso.
La historia de su ex-ojo izquierdo
no pudo silenciarla
porque era demasiado evidente
aquella cuenca roja y deformada
como una cicatriz todavía abierta
llorando por su cuenta todo el día.
De sus palabras dedujimos
–fue un relato confuso,
hablaba como avergonzado, ansioso
de sonreír de nuevo–
que un guardián derribó de un puñetado
al tal Francisco, y luego
intentó golpearle
con la culata del fusil,
pero le dio a una piedra
y de rebote le vació el ojo.
“Esas cosas pasaban diariamente”.
Y
sonreía
–aunque la cuenca proseguía su llanto–,
disculpándose a él, al guardia, a todos.
Cumplidos siete años de condena,
de vuelta a su ciudad,
recuperó su empleo de auxiliar de banca,
y hablaba poco o nada del pasado.
Le entusiasmaba el fútbol
y de eso sí charlaba a cualquier hora.
Incluso iba al estadio los domingos
–“como en tiempos normales”, comentaba
frotándose las manos–
a animar a su equipo,
que entonces militaba
en la Segunda División de Liga.
Encontró una pensión
barata. Su cuñada,
la viuda de su hermano,
le lavaba la ropa
y lo invitaba a merendar algunas tardes
–según las malas lenguas,
lo invitaba a algo más que a chocolate.
Heredó de su hermano,
además de esos pálidos rescoldos
de un imposible hogar,
dos o tres trajes en buen uso,
unas gafas ahumadas,
un mechero,
y el reloj de pulsera (lo que más estimaba).
A veces bebía vino con amigos
de antes de la guerra.
En esas ocasiones
mostraba un optimismo desusado,
canturreaba incluso antiguas habaneras.
(En cambio,
aquella especie de cicatriz roja,
estimulada por el vino,
derramaba más lágrimas que nunca).
Si miraba el reloj,
una inconsciente asociación de ideas
lo ponía melancólico;
se cambiaba la lágrima de ojo,
suspiraba y decía:
“Mi pobre hermano”
–había muerto de un tiro en un combate–
“no tuvo tanta suerte como yo”.
Nunca supe en el fondo si hablaba de verdad
o quería simplemente consolarse a sí mismo.
Ángel González. 101
+ 19 = 120 poemas. Visor, 2000.
Imagen: Reclusos en el campo de concentración de San
Pedro de Cardeña, Burgos.
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