Balboa, muerte y garra
llevaste a los rincones de la dulce
tierra central, y entre los perros
cazadores, el tuyo era tu alma:
leoncico de belfo sangriento
recogió al esclavo que huía,
hundió colmillos españoles
en las gargantas palpitantes,
y de las uñas de los perros
salía la carne al martirio
y la alhaja caía en la bolsa.
Malditos sean perro y hombre,
el aullido infame en la selva
original, el acechante
paso del hierro y del bandido.
Maldita sea la espinosa
corona de la zarza agreste
que no saltó como un erizo
a defender la cuna invadida.
Pero entre los capitanes
sanguinarios se alzó en la sombra
la justicia de los puñales,
la acerba rama de la envidia.
Y al regreso estaba en medio
de tu camino el apellido
de Pedrarias como una soga.
Te juzgaron entre ladridos
de perros matadores de indios.
Ahora que mueres, oyes
el silencio puro, partido
por tus lebreles azuzados?
Ahora que mueres en las manos
de los torvos adelantados,
sientes el aroma dorado
del dulce reino destruido?
Cuando cortaron la cabeza
de Balboa, quedó ensartada
en un palo. Sus ojos muertos
descompusieron su relámpago
y descendieron por la lanza
en un goterón de inmundicia
que desapareció en la tierra.
Pablo Neruda. Canto
general, 1950. En Antología poética.
Alianza, 2015.
Imagen: Ejecución de Núñez de Balboa. En Vasco Nuñez
de Balboa. Frederick A. Ober. Harper,
1906.
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