Aquel impúdico orante,
genuflexo como por sumisión a la memoria del látigo del cómitre, no levantó los
ojos cuando el Segundo Mandatario pasó junto a él y le laceró la mejilla con la
gangrenada cadena del pebetero. Tembló levemente el así castigado, mas no
modificó en absoluto la posición del tronco ni la beata complicidad de las
manos. Siguió orando de hinojos, ya en la vencidad de la levitación, hasta que
un sordo crujido de la viciada madera, no procedente del reclinatorio sino de
la encerada solería, lo instó a reingresar apresuradamente en la sala de espera
del Subsecretario.
José Manuel Caballero
Bonald. Descrédito del héroe, 1977. En
Somos el tiempo que nos queda. Obra
poética completa 1952-2009. Austral, 2011.
Imagen: Tetsuya Ishida
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