Qué risa
la conducta.
Qué hipoteca.
Qué rémora.
Qué astucia.
Y qué dependencia.
Porque, en fin, la conducta
¿No la imponen los dominantes,
los conductores, las curias?
Ya sabéis: terminantemente
prohibido
hablar con el conductor,
no distraer al conductor,
es peligroso asomarse
al exterior… Y no digamos
al interior… (Qué es el interior…).
Siempre hay quien dicta
las normas de conducta
y todos obedientes
sin la más
mínima duda.
Como si nuestro vivir
no dispusiera de una mente
y de un sentir para moverse
por la tierra, por nuestra tierra.
¿Alguien lo duda?
Qué risa
la conducta.
Así que cuando nacemos
los conductores ya han establecido
nuestros circuitos, nuestros vuelos…
Cero en conducta,
me señalaban los conductores
cuando era niño, en la escuela,
cuando no me dejaba
conducir. ¡Qué condena!
Libres o conducidos,
reglas propias o ajenas:
así de sencillo.
Y, claro, los conductores
venga a señalar conductos,
reglas, asignaturas
y a extender certificados
de buena conducta…
Y venga prácticas de conducción:
esto, sí; esto, no…
Así que nacer es convertirse,
vaya nacimiento,
en eco de su voz.
Y qué bonitos nombres
tiene la conducción…
Y, en fin: un solo rebaño
y un solo pastor…
(o varios)
Qué risa la conducta.
Digo yo…
Jesús Lizano. El ingenioso libertario Lizanote de la
Acracia o la conquista de la inocencia. Virus editorial, 2009.
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