Aunque se podrían aportar
muchos ejemplos, hay un poema en el libro Orilla
del tiempo (2005) titulado Tesis 9
(Tikum) que a mi juicio resume de
manera precisa la mayor parte del quehacer poético de ACM.
“Tesis 9” hace referencia a
las conocidas como “Tesis sobre la Historia” de Walter Benjamin en donde el
filósofo nos habla de un cuadro de Paul Klee titulado Angelus Novus. Según la interpretación de Benjamin, este ángel es
el ángel de la Historia en el trance de ser arrastrado vertiginosamente por el
huracán del progreso desde el Paraíso hacia el futuro. Un futuro que no ve,
porque su rostro está vuelto al pasado. Los asombrados ojos del ángel solo
pueden ver las montañas de ruinas y sufrimiento que la Historia va acumulando a
sus pies, sin poder hacer nada por evitarlo.
“Bien quisiera él detenerse,
despertar a los muertos y recomponer lo despedazado”, dice Benjamin.
La segunda parte del título
de este poema, Tikum, corresponde a
la expresión hebrea Tikún Olan, que
significa algo así como “reparar el mundo”. Según la tradición judía, el Tikún olan es el pensamiento y la
voluntad de aquellas personas que quieren hacer su pequeña contribución al
mundo y, por ello, tratan de comportarse con bondad, justicia y solidaridad,
para dejar un mundo mejor y servir como modelo ético y vital a las generaciones
futuras. Esperan así que los seres humanos dejen de ser crueles, egoístas o
indiferentes ante el sufrimiento generado la mayor parte de las veces por los
propios hombres.
En efecto, recomponer el mundo y llenarlo de “santidad”,
estas son dos de las principales tareas de la poesía de ACM.
Como vamos a ver, la poesía
de Antonio surge, en primer lugar, de un
asombro y una perplejidad, dos palabras muy queridas por el poeta. El
asombro y la perplejidad de estar vivos. Todo ante su mirada es una maravilla:
la luz del cielo, el vuelo de los pájaros, el murmullo de los arroyos, el
silencio, las ruinas de un templo, la infancia, la humanidad en su conjunto,
sus sueños, el tiempo presente. Todo para él es motivo de amor por el mundo y
por la existencia. Incluso la propia fugacidad. Más aún, todo es bello
precisamente porque es efímero. La vida para la sensibilidad de Antonio es, o
debería ser, como ese paraíso, “previo a
todo acontecer”, del que el ángel de la Historia ha sido arrancado por el
huracán del progreso y que también sucede, debe suceder, en cada momento
presente.
Fijar este devenir y esta
fugacidad en un instante eterno, vivir la plenitud del momento presente, estas son
algunas de las tareas y la grandeza de la poesía, según Antonio. La poesía es
esa palabra “sagrada” que “niega los límites”, todos los límites, los del
tiempo y los del espacio, pero también los de la conciencia propia y la
conciencia de los demás, la palabra esencial que pertenece al orden natural de
la existencia, al discurrir de la vida y que se diferencia de las escindidas
estridencias de la Historia.
Y la naturaleza de esta
palabra consiste, en primer lugar, en nombrar y custodiarlo todo, en especial,
lo pequeño, la ternura, el consuelo, la bondad, en hacernos sentir que “Aquí
el mundo está bien hecho”, pero
también consiste además en señalar el dolor, la dignidad, lo que nos rescata
del naufragio y todo lo que la injusticia y la muerte niegan a los seres
humanos. Es la palabra siempre emocionada que da cuenta del misterio y de la
paradoja que es nuestra vida.
Por eso el empeño obstinado
de ACM en buscar cuidadosamente las palabras y expresiones precisas, las
imágenes concretas, con las que nombrar los detalles aparentemente más nimios,
pero más significativos, que constituyen la clave de una existencia: unos
zapatos, un puñado de nieve, una bufanda, una maleta azul, un cuaderno escolar,
una risa. “El poeta”, nos dice Antonio, “prefiere
las minúsculas, lo concreto (nunca sacrificaría un aroma o una caricia por una
abstracción).”
Y llegamos así al núcleo
vivo, a la almendra esencial del empeño poético de ACM: el trazado minucioso,
lúcido, emocionado, de lo que él mismo denomina “una genealogía del dolor y la esperanza”.
Como si el ángel de la
Historia de Benjamin se hubiera encarnado en el poeta para poder cumplir de
este modo ese deseo apenas esbozado en el torbellino del huracán que lo
arrastra (“Bien le gustaría detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo
destrozado.”), ACM, como un espigador entre los escombros de la memoria y de la
historia, como un racimador de los sueños no cumplidos, de los afanes y de las
esperanzas, se va a dedicar a recorrer ese largo reguero de barbarie y
destrucción que va dejando tras de sí el llamado progreso e ir recogiendo con
sus palabras llenas de piedad y comprensión todo aquello que se puede salvar
del olvido y de la muerte: las vidas frágiles, los gestos heroicos, la
inocencia aplastada, las batallas perdidas, los espacios de la bondad, los
corazones rotos. Todo ese amor y ese sufrimiento que el huracán de la Historia
ha ido dejando en las cunetas de la inexistencia.
Se convierte así su poesía
en un regazo cálido donde se va acogiendo y dando cobijo a todos “los
regresados”, a todos los “humillados y ofendidos” de la Historia, para darles un
poco de calor, curarles las heridas, escuchar sus tristezas, susurrarles
palabras de consuelo, rescatarles de la muerte y restaurarles, por fin, la
dignidad y el sentido que la sinrazón y la inhumanidad les habían arrebatado. Un
regazo cálido y bondadoso creado con sus palabras y sus imágenes concretas donde
el tiempo se detiene y en el que se crea un instante mágico y eterno. Es en
esta intersección del presente, el pasado y el futuro, donde ocurren la
revelación y la reparación, y ocurren de una vez por todas, porque lo que ha
sucedido una vez, nos dice ACM, sigue sucediendo ahora y seguirá sucediendo
para siempre.
“La poesía de ACM tiene la
virtud de transformar nuestra percepción del mundo y de la historia”, dice
Guadalupe Grande en el prólogo del libro. Efectivamente, y esto es así, porque estos
instantes detenidos en ese regazo amoroso que crea Antonio en sus poemas
constituyen auténticas experiencias de iluminación
y reparación.
Iluminación, porque al leer
los poemas, contemplamos, comprendemos y reparamos a un mismo tiempo la belleza
de la vida, la verdad de la historia y la dignidad de tantos y tantos actos de entrega,
amor y sacrificio que a lo largo de los años y entre los más terribles
sufrimientos han hecho muchos seres humanos, pero que los relatos oficiales se han
empeñado siempre en ocultar y silenciar. Iluminación también porque, tras la
experiencia de la lectura, después de haber vuelto a encontrar y a nombrar todo
lo que se había perdido, nos sentimos en cierto modo purificados de nuestros
propios miedos y debilidades, de nuestros egoísmos y claudicaciones y nos
reconocemos capaces también de mitigar algunas de las miserias del mundo y
abrazar con ilusión y en compañía “el sueño justo del mañana”.
“La humanidad camina porque
hay seres tan nobles que apartan las espinas a su paso, seres ensangrentados,
para que Ella no sangre”, escribió Joan Salvat Papaseit. Del dolor y de la
esperanza de estos seres ensangrentados nos habla ACM en este su Memorial de ausencias. Con la lectura de
este libro “azul e infinito” que nos ha regalado Antonio, sentimos que también
nosotros y nosotras hemos cumplido con el deseo del ángel de Benjamin y con el
deber del Tikún Olan: el mundo y la
vida quedan un poco más recompuestos, un poco más llenos de “santidad” y de
sentido y sabemos que este presente que vivimos, que es a la vez presente,
pasado y futuro, puede ser vivido con esperanza.
Gracias, Antonio, porque
este libro forma ya parte de nuestra herencia.
(Texto de presentación de Memorial de ausencias. Poesía 2004 -2015,
Antonio Crespo Massieu, Tigres de papel,
2019. Agosto clandestino, Logroño, 2019)
Conrado Santamaría
Imagen: Amalia García
Fuertes. Portbou, 2011.
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