La primera vez que vi un grifo yo tenía ocho años.
Fue en Salobreña, en Granada, en el sur de España.
Nos llevaron allí, a mí y a otros niños y niñas, a pasar el verano.
Lo llaman “Vacaciones en Paz”.
Allí también comí sandía por primera vez.
Donde yo nací no hay grifos. Ni uno solo. Ni sandías.
Donde yo nací no hay casi de nada.
Yo soy Nahla.
Mi nombre significa “gota de agua”.
Vivo en el campamento de refugiados
de Dajla en Tindouf, en el desierto de Argelia.
Allí está mi gente desde hace más de cuarenta años.
Nosotros, los Saharauis, fuimos expulsados de nuestras tierras
por el rey de Marruecos, Hassan II, y por su ejército en 1975.
Desde entonces vivimos en el desierto.
Allí no hay grifos. Aquello es un horno.
La primera vez que vi agua saliendo de un grifo lloré.
De rabia.
Cuando sea mayor voy a ser maestra.
Viviré en una casa con mi esposo y mis hijos.
Será una casa de paredes blancas,
fresca en verano y cálida en invierno.
Y habrá grifos.
Muchos grifos que den agua cristalina.
Agua que sacie la sed de mi pueblo,
el pueblo Saharaui, Insha-Allah.
Rafael Calero Palma. En Conmovidas [abrazos para la paz]. VV. AA. Coord. Montserrat Villar y Eladio Méndez. Béjar, 2019.
Imagen: Borja Abargues y Víctor J. Blanco. De la Exposición El muro, las minas y las víctimas en el Sáhara Occidental. Historias de resistencia.
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