Se reunió en concilio el hombre con sus dientes,
examinó su palidez, extrajo
un hueso de su pecho: –Nunca, dijo,
jamás la violencia.
Llegó un niño de pronto, alzó la mano,
pidió pan, rompió el hilo del discurso.
Reventó el orador, huyeron todos.
–Jamás, la violencia, se dijeron.
Llovió el invierno a mares lodos, hambre.
Navegó la miseria a plena vela.
Se organizó el socorro en procesiones
de exhibición solemne. Hubo más muertos.
Pero nunca, jamás, la violencia.
Se fueron uno, doscientos, muchos:
no daba el aire propio para tantos.
El año mejor fue que otros peores.
No están los que se han ido y nadie ha hecho
violento recurso a la justicia.
El concejal, el síndico, el sereno,
el solitario, el sordo, el guardia urbano,
el profesor de humanidades: todos
se reunieron bajo su cadáver
sonriente y pacífico y lloraron
por sus hijos más bien, que no por ellos.
Exhaló el aire putrefacto pétalos
de santidad y orden.
Quedó a salvo la Historia, los principios,
el gas del alumbrado, la fe pública.
–Jamás, la violencia, cantó el coro,
unánime, feliz, perseverante.
José Ángel Valente. La memoria y los signos, 1966. En El grupo poético de los años 50. Antología de Juan García Hortelano. Taurus, 1977.
Imagen: Holger Droste
No hay comentarios:
Publicar un comentario