La culpa es del aire.
Del aire y de Newton o de Arquímedes.
Y en última instancia, de las implacables leyes de la física.
La culpa es del tiempo,
de los relojes suizos,
de la casualidad y de los retrasos,
de la bocina que no suena cuando debe,
de la triste fragilidad de los edificios,
de la dureza del acero
y del inmenso poder calorífico del fuego.
La culpa es del aire,
de la herida,
de la sangre
y de las circunstancias,
de las misiones de paz, que no son lo que son
ni actúan como dicen.
La culpa es, sin duda, de los chinos que inventaron la pólvora
y, también, de esos niños traviesos
que jugaban en la calle.
Mariano Calvo Haya. En Poesía (contra) corriente. La Vorágine, 2017.
Imagen: Stanley Kubrick. Dr. Strangelove or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964.