Y vuelves, Salvochea,
un día y otro día de este otoño
tan ocre castellano,
a formar sin tardanza
tu círculo de luz en las tinieblas.
Con tu conciencia a cuestas, tu entusiasmo
de fe en los compañeros
tan lejos de sus casas, mientras duelen
aún las cicatrices,
las suyas y las tuyas,
mientras rugen cañones al extremo
del mundo que desgarran
la carne en carne viva,
tú señalas, resuelto,
este cielo a la mano que entona la meseta.
Entre órbitas limpias que la razón tamiza
y pálpitos de estrellas que estremecen,
entre las maravillas celestes de Camilo,
“¡Hay que expropiar!”,
les dices, Salvochea,
“¡hay que expropiar la tierra, compañeros!,
¡sus olores de lluvia amanecida!,
¡la sazón de sus frutos!,
¡el arrullo del viento sobre el granar del trigo!
¡Hay que expropiar la mar
y su incesante
vaivén irreparable!
¡Hay que expropiar la luz
que nos iguala,
el bien que nos guarece!
¡Hay que expropiar, hermanos,
la palabra!,
¡que florezca
su inmediato sentido verdadero!
¡Hay que expropiar las leyes de los astros,
que son al fin las leyes de los hombres!”
Y ya se alza la luna
iluminando
el cerro del Castillo y el relente,
los surcos y las rejas que nutren las semillas.
Conrado Santamaría. En 65 Salvocheas. Ed. Quorum,
2011.
Imagen: Amalia García Fuertes
Bello y emocionante poema.
ResponderEliminarSalud
Gracias, Loam, pero lo realmente bello y memorable fueron las palabras y los hechos de Salvochea. Salud
EliminarAmbos.
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