Fueron tiempos de hechizos y
deslocalizaciones,
de estiércol y fuegos
artificiales.
No sé si os acordáis.
Nosotros,
encorvados y alegres,
procesionábamos delante de
las oficinas del paro vestidos de nazarenos,
procesionábamos por la
mañana y por la tarde,
entre el redoble de los
tambores y el estruendo de las cornetas,
procesionábamos por las
noches también,
cuando las puertas de las
oficinas habían sido clausuradas
y en sueños sudorosos nos
empeñábamos en procesionar.
Bajo la lluvia, bajo la
nieve, bajo los arduos rayos del sol
procesionábamos.
Procesionábamos
con nuestros propios pies,
que descalzos arrastraban las cadenas,
procesionábamos
con nuestras propias manos, que ensangrentadas manejaban
la disciplina,
procesionábamos
con nuestra propia canción,
que silenciada se adhería a la polvareda.
Éramos carne de procesión.
Nuestros capirotes señalaban
arrogantes el cielo,
mas la luz les huía,
nuestros cirios encendidos
apenas iluminaban,
nuestros
sambenitos devolvían su amarillo festivo a los ojos agradecidos de los
espectadores,
que deslumbrados apartaban
la mirada.
Procesionábamos
interminablemente,
delante de las oficinas del
paro,
delante de los estadios,
delante de los cuarteles,
delante de las catedrales,
delante de los patíbulos,
delante de las grandes
superficies,
delante de los cementerios,
delante de los
concesionarios,
delante de los parlamentos,
delante de las fundaciones,
delante de los hospitales,
delante de las cajas de
ahorro,
delante de las cárceles,
delante de las
administraciones de lotería,
delante de las escuelas,
delante de los parques
temáticos,
delante de los manicomios,
delante de las redacciones,
delante de los urinarios,
delante de los zoológicos,
delante de los paraninfos,
delante de las comisarías,
delante de los solares en
construcción.
Y procesionábamos delante de
nosotros mismos
que nos mirábamos
galvanizados y sonrientes por debajo del capirote
sin querer comprender.
Sonámbulos
durante el día
y
durante la noche sonámbulos.
Procesionábamos
y procesionábamos
y a
nuestras espaldas
no
se derrumbaban edificios en llamas,
ni
las nubes descargaban torrentes de sangre,
ni
surgían del fondo del mar serpientes emplumadas,
ni
las mujeres parían entre gritos niños decapitados.
Éramos
carne de procesión.
Aquellos
tiempos
de verbenas y capitulaciones.
Conrado Santamaría. De vivos es nuestro juego. Ruleta Rusa, 2015.
Imagen: Antonio Berni. Manifestación.
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