En el atrio: una reunión de
ciegos auténticos, hasta con placa, una jauría de chicuelos, que ladra por una
perra.
La iglesia se refrigera para
que no se le derritan los ojos y los brazos... de los exvotos.
Bajo sus mantos rígidos, las
vírgenes enjugan lágrimas de rubí. Algunas tienen cabelleras de cola de
caballo. Otras usan de alfiletero el corazón.
Un cencerro de llaves
impregna la penumbra de un pesado olor a sacristía. Al persignarse revive en
una vieja un ancestral orangután.
Y mientras, frente al altar
mayor, a las mujeres se les licua el sexo contemplando un crucifijo que sangra
por sus sesenta y seis costillas, el cura mastica una plegaria como un pedazo
de “chewing gum”.
Oliverio Girondo. Veinte poemas para ser leídos en el tranvía,
1922.
Imagen: Francesc Català
Roca. Sevilla, 1959.
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