Los niños, muchos niños, piden techo,
lloran alma, tiritan sin rencor.
Acaso está lloviendo, acaso hubo
la naranja que no alcanzó su mano,
o el frío, o las muchísimas estampas
que no vieron jamás. O los zapatos
que están rotos…
La letra jota de jugar, jardín,
las letras de alegría que arden solas,
¿dónde yacen? Quisiéramos saber…
Los niños quieren recobrar su edad.
Una concha y un pan, un monigote,
bastan, mas ¿dónde están? No veo el rostro
de esos niños debajo de su cara:
veo un disfraz registrador que suma
tiempo, y tiempo de adultos, tiempo y duelo,
dolor y hasta un final…, que escaparíamos, oh Dios,
¡qué hacer, qué haríamos, esto
es demasiado, esto no puede ser!
Nosotros, antes, indudable, muchos
ya no tuvimos casi juventud; había
sin Instituto tanto que aprender,
tanto que ver en serio, ojos redondos;
y además qué más da, si era estupendo
vivir ya de verdad… Cumplidos hombres
de doce años entonces…
Nos mataron
al muchacho. Fue triste, pero un niño
está siempre en nosotros.
Esto
ahora…
Qué extraña la vejez si no hubo vida.
Qué edad terrible, adulta sin edad.
¡Qué hacer, digo, qué hacer! Rebotan, vuelven,
aún con rumor de guerra, tierno César
Vallejo, las palabras de aquel llanto:
¡Ah!
¡Desgraciadamente, hombres humanos,
hay,
hermanos, muchísimo que hacer!
Mucho, mucho, ¡así es!
[1948]
Eugenio de Nora. En Sustancia
de la tierra. Antología poética. Edilesa, 2007.
Imagen: Un niño y una niña de Siria en el campo de
refugiados de Zaatari, Jordania.
Dejamos de jugar a las canicas y desapareció la calle, y el barrio, y la ciudad...
ResponderEliminarPero trabajamos para recuperarlo todo. Salud
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