En estos
tiempos de leer por encima y pasar página, de navegar al ritmo que nos lleven
sin sentir el viento en la cara, sin detenerse a observar el perfil de la
costa, Conrado Santamaría nos invita a eso: a detenernos y observar, aunque no
sólo, lo escarpado de la realidad desde ese filo por el que nos desplazamos.
Frente a una
realidad colmada de trampas, de usura y de violencias, de mentiras que se creen
verdad de tantas veces dichas, frente a la escandalera mediática, estos versos
denuncian, alzan la voz y se la otorgan a aquellos a los que se la robaron, a
aquellos que jamás la tuvieron.
Y estas voces
cantan y gritan sin decoro, sin tener miedo a las palabras. Alegando su razón
primera, las palabras no tienen tanto afán de sorprender como de decir. Llaman
a las cosas por su nombre, sin necesidad de adornar para embellecer, sin
pretensión de agradar para quedar bien. Palabras que piden oídos y que invitan
a ir juntos compañero, / compañera, / que otro mundo vividero / nos espera.
Son estos
versos puños que golpean en la mesa ante la injusticia, puños que se alzan al
aire en la lucha, puños que penetran en las entrañas. Canciones que, como nos
dice Antonio Orihuela en el prólogo, son alegato y arma del pueblo, denuncia
y aliento, mecanismo de subversión e instrumento de superación de esta Realidad
contra la que la lucha popular debe dirigirse.
La poesía de
Conrado sucede en lo cotidiano, surge, tras descorrer el velo que la oculta, de
mirar con los ojos bien abiertos a la realidad y no dejarse cegar.
Enrique Sadornil. Rojo y Negro,
Mayo 2014
Imagen: Ilustración de César de la Peña.
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