Yo me lo creo todo,
como hombre bien nacido:
que aquel era mi padre
–quién sabe
quién era su padre–,
que este es mi amigo
–y quién era su amigo–,
que mi madre era mi madre,
que mi hijo es mi hijo
–quién sabe–.
Me lo creo, me lo creo:
que cumplo con el deber
cuando sacrifico
mi tiempo, mi pensar,
mis sentidos
para que a todos nos domine
el orden establecido
–quién sabe
quién lo ha establecido–,
que mi madre me torturaba
por mi bien, que por mi bien
moriré, especie de malditos.
Que éste es una autoridad,
que aquél es un obispo
–qué es un obispo–.
Me lo creo, me lo creo,
me trago
todo el bolo alimenticio.
Aplaudo todas las leyes,
me creo todos los mitos,
que estoy lleno de mierda
y los demás están limpios.
Me creo todas las órdenes,
todos los desatinos,
la historia entera me creo
–la historia
de los asesinos–.
¡Ay, verdad, ay, quién te ve
y quién –ay– te ha visto!
Me lo creo, me lo creo:
decidme lo que queráis
de los griegos, de los ingleses,
de los turcos, de los indios.
Cumplo con el primer deber
de todo bien nacido
en esta especie de monstruos:
engañarme a mí mismo.
Jesús Lizano. El ingenioso
libertario Lizanote de la Acracia o la conquista de la inocencia. Virus, 2009.
Imagen: René Magritte. El
reconocimiento infinito, 1963.
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