-La sociedad burguesa de que
formamos parte -habla Mairena a sus alumnos- tiende a dignificar el trabajo.
Que no sea el trabajo la dura ley a que Dios somete al hombre después del
pecado. Más que un castigo, hemos de ver en él una bendición del cielo. Sin embargo,
nunca se ha dicho tanto como ahora: «El que no trabaje que no coma». Esta
frase, perfectamente bíblica, encierra un odio inexplicable a los holgazanes,
que nos proporcionan con su holganza el medio de acrecentar nuestra felicidad y
de trabajar más de la cuenta.
Uno de los discípulos de
Mairena hizo la siguiente observación al maestro:
-El trabajador no odia al holgazán
porque la holganza aumente el trabajo de los laboriosos, sino porque les merma
su ganancia, y porque no es justo que el ocioso participe, como el trabajador,
de los frutos del trabajo.
-Muy bien, señor Martínez. Veo
que no discurre usted mal. Convengamos, sin embargo, en que el trabajador no se
contenta con el placer de trabajar: reclama además el fruto íntegro de su
trabajo. Pero aquellos bienes de la tierra que da Dios de balde, ¿por qué no
han de repartirse entre trabajadores y holgazanes, mejorando un poco al
pobrecito holgazán, para indemnizarle de la tristeza de su holganza?
-Porque Dios, señor doctor,
no da nada de balde, puesto que nuestra propia vida nos la concede a condición
que la hemos de ganar con el trabajo.
-Muy bien. Estamos de
acuerdo en la concepción bíblica del trabajo: dura ley a que Dios somete al
hombre, a todos los hombres, por el mero pecado de haber nacido. Es aquí adonde
yo quería venir a parar. Porque iba a proponeros, como ejercicio de clase, un
«Himno al Trabajo», que no debe contribuir a entristecer al trabajador como una
canción de forzado, pero que tampoco puede cantar, insinceramente, alegrías que
no siente el trabajador.
Conviene, sobre todo, que
nuestro himno no suene a canto de negrero que jalea al esclavo para que trabaje
más de la cuenta.
Antonio Machado. Juan de Mairena, 1936.
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